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martes, 4 de noviembre de 2025

Una vida de “Views”

 


Por: Alexander Jiménez

La nueva era digital ha convertido la popularidad en sinónimo de valor, y hasta el Estado se ha unido a la competencia por la visibilidad.


Como una epidemia silenciosa que se propaga sin control, la obsesión por los views ha tocado todas las esferas de la sociedad moderna. Hoy, la vida de millones de personas gira en torno a la visibilidad digital, al número de seguidores y a los “me gusta” que acumulan en las redes sociales.


Esta tendencia no distingue edad, género, nacionalidad ni nivel económico. Arropa por igual a todos y se manifiesta en cada rincón de la vida social, cultural e incluso política.


Lo más preocupante es que, en esta nueva escala de valores, el mérito académico o profesional ha pasado a segundo plano. Hoy, muchos son más valorados por su popularidad en internet que por sus conocimientos o logros reales.


Como toda realidad contemporánea, este fenómeno tiene sus luces y sombras.

Entre las ventajas, se puede decir que la sociedad se ha vuelto más participativa y empoderada; las redes han permitido que cualquiera tenga una voz y una audiencia.

Pero las desventajas pesan mucho más: los principios y valores se han degradado al punto de que nadie sabe hasta dónde puede llegar una persona con tal de conseguir un view más.


El fenómeno ha creado una especie de “reality permanente”, donde cada día se libra un desafío por generar contenido que produzca ganancias, aunque para ello se sacrifique la dignidad, la privacidad o incluso la verdad. Todo se convierte en espectáculo: la vida cotidiana, el dolor, las emociones y hasta los fracasos. Lo importante ya no es vivir, sino ser visto.


En el ámbito político, la situación no es distinta. Muchos actores públicos buscan posicionarse en las redes aliándose con los llamados influencers, sin importar el tipo de contenido que promuevan. Su meta, como la de muchos, es ganar views, popularidad y rédito económico o electoral.


Peor aún, la política ha comenzado a adoptar las reglas del entretenimiento. Los discursos se simplifican para ser “virales”, los debates se transforman en espectáculos y las estrategias de campaña giran más en torno a la imagen que a las ideas. La profundidad ideológica se sustituye por frases efectistas y el análisis serio por la inmediatez de un clip de quince segundos. La política, que debería ser un espacio de reflexión colectiva, se ha convertido en otro escenario del reality digital, donde el verdadero objetivo es permanecer en tendencia.


Lo más paradójico es que el propio gobierno ha contribuido a cimentar esta cultura del view. Desde el más alto nivel, comenzando por el Presidente de la República, se promueve una comunicación centrada en la exposición constante en redes sociales. Cada inauguración, recorrido o anuncio se convierte en contenido cuidadosamente diseñado para generar impacto visual y viralidad. El liderazgo político se mide por la cantidad de reproducciones, comentarios o interacciones, más que por los resultados tangibles de gestión. Así, el Estado termina siendo un actor más dentro del gran reality digital que domina la era moderna.


Vivimos en un tiempo donde el aplauso virtual se ha convertido en moneda social y donde el éxito se mide en cifras digitales. Una vida de views, vacía de contenido, pero llena de apariencias, donde el verdadero desafío ya no es ser auténtico, sino mantenerse visible.

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