Hoy lunes nos despertamos con la noticia de que un sargento de la Policía Nacional mató de un disparo en la cabeza a su pareja. Salían de una discoteca, discutieron… y él decidió quitarle la vida. Así de fácil, así de cruel.
Mientras tanto, como sociedad, apenas contamos víctimas. Vemos cifras, escuchamos titulares, pasamos la página. Aquí la muerte de una mujer ya no indigna lo suficiente como para sacudirnos de verdad.
Pero, ¿qué estamos haciendo para cambiar esta realidad? Nada. Porque no hay políticas profundas que trabajen en la raíz: la mentalidad de los hombres, la educación sentimental de nuestros jóvenes, el valor de la vida de una mujer. Y para colmo, tenemos una Ministra de la Mujer más preocupada por dar declaraciones de apoyo a una candidata presidencial que por encabezar acciones firmes para proteger a quienes más la necesitan.
¿De qué sirven discursos y pronunciamientos vacíos cuando cada semana una mujer aparece muerta en manos de quien prometió amarla? ¿De qué nos sirve una institución si no va más allá de los papeles y las fotos?
Hoy, una familia llora. Mañana, otra llorará. Y pasado mañana, la noticia será la misma, cambiando sólo el nombre de la víctima. Hasta que dejemos de ser cómplices de la indiferencia.
Ya basta de números y condolencias. Necesitamos voluntad política real, inversión en educación para la prevención, justicia que no revictimice, y una sociedad que entienda que amar no es matar.
Mientras tanto, seguimos contando cadáveres y comparando si en este año hay menos más que el anterior o que otras gestiones.
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