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lunes, 13 de octubre de 2025

La soltería de la embajadora de EE. UU. en RD: el titular que nos delata



Por Abril Peña


Cuando a una persona se le reduce a su estado civil o a su apariencia física, estamos frente a un fenómeno que tiene nombre y apellidos: sexismo y objetificación.
Y cuando esa persona es una mujer con poder, entonces ya no se trata solo de un sesgo, sino de machismo en toda la extensión de la palabra.


Hace poco, un importante medio nacional describió a la nueva embajadora de los Estados Unidos como “la soltera codiciada”, destacando su dominio del español y su soltería, como si eso fuera lo más relevante de una funcionaria de carrera que ha pasado años en una de las agencias de inteligencia más influyentes y peligrosas del planeta.


Leah Francis Campos, nueva embajadora estadounidense en República Dominicana, fue oficial de la CIA, asesora en temas hemisféricos para el Congreso norteamericano, y tiene una trayectoria sólida en política exterior. 

Y, sin embargo, el titular decidió que lo más noticiable era su estado civil.
Ese no es un simple error de criterio: es el reflejo de una pobreza editorial que atraviesa buena parte del periodismo dominicano.
Es triste —y preocupante— que, en lugar de analizar las implicaciones geopolíticas de su llegada, luego de años sin embajador, o el mensaje que esto envía a la región, se haya optado por la vía fácil del chisme disfrazado de nota.


Reducir a una profesional de alto nivel a “una vagina con documentos”, como diría una colega, es la muestra más cruda de un sistema mediático que todavía no termina de entender la diferencia entre informar y banalizar.
No soy de las que suelen criticar a compañeros de oficio. Pero esta vez el tema trasciende a un titular.

 Es una rutina.
Y lo digo con conocimiento de causa, porque yo también he caído en ella.
Hace apenas dos años tuve el privilegio de entrevistar a la exvicepresidenta de Costa Rica, Epsy Campbell la primera mujer negra en ser canciller y luego vicepresidenta en un país donde la población afrodescendiente no supera el 10% , esas son muchas primeras veces, sin embargo de todas las cosas profundas que podía preguntarle —su visión sobre política exterior, su gestión pública, el liderazgo femenino en un país centroamericano— terminé reduciendo aquella conversación a su rol de madre y esposa.


No estuvo mal del todo, pero sí fue insuficiente, fue una oportunidad desperdiciada y lo peor: yo sabía mejor, herramientas de formación no le han faltado, vengo de una cultura que ha luchado por los derechos de la mujer, y aun así, en el momento de actuar, caí en el mismo patrón que critico.
Esa experiencia me hizo entender que el machismo no es solo lo que se dice, es lo que se normaliza.

 Está tan arraigado en nuestra cultura —y en nuestras redacciones— que incluso quienes tenemos las herramientas para evitarlo lo repetimos sin darnos cuenta.
Un titular como “la soltera codiciada” no surge del vacío: es la punta visible de una cadena de costumbres que sigue asociando el valor de una mujer a su atractivo, su edad, su ropa o su vida sentimental.
Hace unos años, estuve en la presentación de un estudio sobre machismo en el periodismo dominicano, y los resultados fueron desalentadores: desde la invisibilización de figuras femeninas relevantes (a las que se les menciona sin nombre propio), hasta la ausencia de mujeres en espacios de análisis o “contenido duro”.


Las noticias protagonizadas por mujeres, salvo raras excepciones, no van a portada, sino a las secciones de “vida social”, “variedades” o “entretenimiento”. Y cuando una mujer logra ocupar espacio en los medios, el enfoque rara vez es sobre sus logros, sino sobre su vida personal y todo esto lo comprobamos en directo con un sencillo ejercicio de ver con perspectiva de género revistas y periódicos de manera aleatoria, una forma contundente de demostrar con hechos y en directo lo presentado allí.


Por eso, cada vez que un medio elige destacar la soltería de una embajadora en lugar de su carrera, retrocedemos y cada vez que quienes trabajamos en los medios lo dejamos pasar, somos cómplices.
Es hora de entender que no es inocuo, porque detrás de ese tipo de titulares hay una pedagogía social: la que enseña, una y otra vez, que una mujer nunca será suficiente por lo que sabe, sino por cómo se ve, cómo se llama o a quién pertenece.
Y eso, más que una práctica editorial, es una herida cultural.

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